
Dientes de Gallina y Dedos de Caballo es el quinto libro de
los 24 que escribió Stephen Jay Gould. En él nos habla de una gran cantidad de
curiosidades sobre el reino animal, así como de las personas que más influencia
han tenido (para bien o para mal) en el desarrollo de la teoría de la
evolución. Al comienzo del libro el autor comenta como nuestra tendencia
general de extrapolar lo que vemos en nuestra especie nos lleva a creer que en
la naturaleza los organismos masculinos son de mayor tamaño, y por ende más
fuertes que los femeninos. Sin embargo esta creencia es totalmente errónea. Más
tarde pasa a explicarnos aspectos curiosos sobre las pautas de identificación
de las aves y las construcciones de sus nidos, así como la naturaleza amoral de
los animales. Hecho que generó bastantes discusiones en el siglo XIX, cuando se
empezaron a analizar los comportamientos de ciertas avispas, cuyas larvas se
alimentaban de orugas vivas prolongando su agonía hasta que no quedaba otra
cosa para comer que no fueran los órganos vitales.
Después el autor relata las aportaciones de Hutton, Darwin,
Agassiz y Vavilov al ámbito de la biología para explicar cuestiones como el
parecido de los órganos sexuales de hienas de diferente género (las hembras y
los machos son indistinguibles a la vista) y porque los animales no han
desarrollado ruedas en ninguna especie. Finalmente nos habla sobre la
conspiración de Piltdown, uno de los más sonados fraudes en antropología, para
pasar por las implicaciones sociales que han tenido ciertos campos de la
biología y terminar el libro indicándonos si las cebras son blancas con rayas
negras o negras con rayas blancas.
El libro en general me ha resultado bastante entretenido,
pero los temas 5, 6, 7 y 10 se me hicieron bastante aburridos. Gould combina
curiosidades del mundo animal con los motivos que llevaron a su estudio en unos
casos y las consecuencias sociales que tuvieron por otra parte, dándonos una
idea del marco histórico en el que se dio cada acontecimiento. Es importante
remarcar que este libro no habla sobre una única idea, va mostrando distintos
relatos aparentemente inconexos para finalmente poder darle al lector una idea
del concepto de la evolución. He de admitir que no fui consciente de este hecho
hasta que finalice el libro, y gracias a él he podido reforzar mi entendimiento
sobre la teoría de la evolución, que al contrario de lo que antes pensaba flaqueaba en algunos puntos importantes.
Los temas que me han llamado
la atención no son aquellos a los que hace referencia el título, sino los que
ahora voy a comentar. Uno de ellos es el relativo al papel de los machos
en la reproducción, el cual oculta una verdad un poco incomoda para los
organismos del género masculino. Y es que, teniendo en cuenta que el objetivo
principal de un organismo es la reproducción, y que las hembras se encargan de nutrir y gestar al retoño (en
la mayoría de las especies), la única aportación del macho a la siguiente
generación es su ADN incluido en el
esperma. Esto ha permitido que en muchos organismos el tamaño del macho se vea
reducido. Es más, en algunos organismos el macho no mide ni una decima parte de
la hembra (caso del pez pescador en la imagen) y ha quedado relegado a una especie de
parasito, que cuando se fija a la hembra prácticamente se fusiona con ella y le
sirve de almacén de esperma. Otros organismos como el Enteroxenos
también siguen una estrategia parecida llegando a perder la funcionalidad
de casi todos sus órganos internos. Todas estas variaciones en las
interacciones macho-hembra reflejan una estrategia evolucionada para cada
circunstancia en particular.
Por otro lado, el libro de Gould me ha dado la respuesta a
una pregunta que aunque no me había hecho nunca levanto gran interés en mi
cuando la leí ¿las cebras son blancas con rayas negras o negras con rayas
blancas? Gould empieza por explicarnos las dudas que hay en cuanto al grado de
parentesco de de las cebras (Equus
burchelli, Equus grevyi y Equus zebra), los caballos (Equus caballus) y asnos y burros (Equus africanus asinus). Según los estudios
de David Bennet los dos primeros tipos de cebra estaban
emparentadas entre sí, pero la sorpresa le sobrevino al determinar que Equus
zebra, la cebra de montaña tenía un mayor grado de parentesco con los caballos
verdaderos (Equus caballus) que con las otras cebras. Los análisis de Bennet se
basaban en caracteres que no son muy seguros a la hora de establecer
parentescos, como aspectos morfológicos
y la cantidad de cromosomas (las diversas especies de Equus a pesar de sus
similitudes difieren mucho en el numero de cromosomas), por lo que no podemos
darlos como correctos. Sin embargo dejaron una pregunta en el aire; ¿Qué sería
entonces una cebra? O más concretamente ¿Cómo obtuvieron sus rayas blancas o
negras los Equus?
Existen dos posibilidades, o bien
el antepasado común de todos los Equus tenía rayas y los caballos y asnos las
perdieron o bien es una capacidad de desarrollo heredada que ha aparecido
independientemente en las tres especies de cebras. Posteriores investigaciones
resultantes de los cruces de caballos demostraron que la
opción correcta era la segunda. Los descendientes presentaron franjas similares
a las de las cebras en algunas regiones del cuerpo.
Ahora que ya sabemos
el origen de las rayas de las cebras cabe remitirse a la pregunta anterior, ¿las
cebras son blancas con rayas negras o negras con rayas blancas? Hubo una época
en la que las dos ideas eran defendidas. Los científicos pensaban que el
vientre blanco de las cebras debía de indicar que esta era su color original,
sin embargo otros muchos animales tienen el vientre de color blanco. Por otro
lado los pueblos africanos consideraban a las cebras como animales negros con
rayas blancas. La disputa se vio finalizada a favor de la opinión de los
africanos cuando Jonathan Bard
descubrió una cebra anormal en la que en vez de rayas blancas se podían
observar hileras de puntos y manchas discontinuas. Esto le indico que el color
blanco era debido a una inhibición del pigmento natural, que era el negro.
Julen Mendieta
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