lunes, 6 de mayo de 2013

Dientes de gallina y dedos de caballo


Dientes de Gallina y Dedos de Caballo es el quinto libro de los 24 que escribió Stephen Jay Gould. En él nos habla de una gran cantidad de curiosidades sobre el reino animal, así como de las personas que más influencia han tenido (para bien o para mal) en el desarrollo de la teoría de la evolución. Al comienzo del libro el autor comenta como nuestra tendencia general de extrapolar lo que vemos en nuestra especie nos lleva a creer que en la naturaleza los organismos masculinos son de mayor tamaño, y por ende más fuertes que los femeninos. Sin embargo esta creencia es totalmente errónea. Más tarde pasa a explicarnos aspectos curiosos sobre las pautas de identificación de las aves y las construcciones de sus nidos, así como la naturaleza amoral de los animales. Hecho que generó bastantes discusiones en el siglo XIX, cuando se empezaron a analizar los comportamientos de ciertas avispas, cuyas larvas se alimentaban de orugas vivas prolongando su agonía hasta que no quedaba otra cosa para comer que no fueran los órganos vitales.
Después el autor relata las aportaciones de Hutton, Darwin, Agassiz y Vavilov al ámbito de la biología para explicar cuestiones como el parecido de los órganos sexuales de hienas de diferente género (las hembras y los machos son indistinguibles a la vista) y porque los animales no han desarrollado ruedas en ninguna especie. Finalmente nos habla sobre la conspiración de Piltdown, uno de los más sonados fraudes en antropología, para pasar por las implicaciones sociales que han tenido ciertos campos de la biología y terminar el libro indicándonos si las cebras son blancas con rayas negras o negras con rayas blancas.


El libro en general me ha resultado bastante entretenido, pero los temas 5, 6, 7 y 10 se me hicieron bastante aburridos. Gould combina curiosidades del mundo animal con los motivos que llevaron a su estudio en unos casos y las consecuencias sociales que tuvieron por otra parte, dándonos una idea del marco histórico en el que se dio cada acontecimiento. Es importante remarcar que este libro no habla sobre una única idea, va mostrando distintos relatos aparentemente inconexos para finalmente poder darle al lector una idea del concepto de la evolución. He de admitir que no fui consciente de este hecho hasta que finalice el libro, y gracias a él he podido reforzar mi entendimiento sobre la teoría de la evolución, que al contrario de lo que antes pensaba flaqueaba en algunos puntos importantes.

Los temas que me han llamado la atención no son aquellos a los que hace referencia el título, sino los que ahora voy a comentar. Uno de ellos es el relativo al papel de los machos en la reproducción, el cual oculta una verdad un poco incomoda para los organismos del género masculino. Y es que, teniendo en cuenta que el objetivo principal de un organismo es la reproducción, y que las hembras  se encargan de nutrir y gestar al retoño (en la mayoría de las especies), la única aportación del macho a la siguiente generación  es su ADN incluido en el esperma. Esto ha permitido que en muchos organismos el tamaño del macho se vea reducido. Es más, en algunos organismos el macho no mide ni una decima parte de la hembra (caso del pez pescador en la imagen) y ha quedado relegado a una especie de parasito, que cuando se fija a la hembra prácticamente se fusiona con ella y le sirve de almacén de esperma. Otros organismos como el  Enteroxenos también siguen una estrategia parecida llegando a perder la funcionalidad de casi todos sus órganos internos. Todas estas variaciones en las interacciones macho-hembra reflejan una estrategia evolucionada para cada circunstancia en particular.



Por otro lado, el libro de Gould me ha dado la respuesta a una pregunta que aunque no me había hecho nunca levanto gran interés en mi cuando la leí ¿las cebras son blancas con rayas negras o negras con rayas blancas? Gould empieza por explicarnos las dudas que hay en cuanto al grado de parentesco de de las cebras (Equus burchelli, Equus grevyi y Equus zebra), los caballos (Equus caballus) y asnos y burros (Equus africanus asinus). Según los estudios de David Bennet los dos primeros tipos de cebra estaban emparentadas entre sí, pero la sorpresa le sobrevino al determinar que Equus zebra, la cebra de montaña tenía un mayor grado de parentesco con los caballos verdaderos (Equus caballus) que con las otras cebras. Los análisis de Bennet se basaban en caracteres que no son muy seguros a la hora de establecer parentescos,  como aspectos morfológicos y la cantidad de cromosomas (las diversas especies de Equus a pesar de sus similitudes difieren mucho en el numero de cromosomas), por lo que no podemos darlos como correctos. Sin embargo dejaron una pregunta en el aire; ¿Qué sería entonces una cebra? O más concretamente ¿Cómo obtuvieron sus rayas blancas o negras los Equus?

Existen dos posibilidades, o bien el antepasado común de todos los Equus tenía rayas y los caballos y asnos las perdieron o bien es una capacidad de desarrollo heredada que ha aparecido independientemente en las tres especies de cebras. Posteriores investigaciones resultantes de los cruces de caballos demostraron que la opción correcta era la segunda. Los descendientes presentaron franjas similares a las de las cebras en algunas regiones del cuerpo.
Ahora que ya sabemos el origen de las rayas de las cebras cabe remitirse a la pregunta anterior, ¿las cebras son blancas con rayas negras o negras con rayas blancas? Hubo una época en la que las dos ideas eran defendidas. Los científicos pensaban que el vientre blanco de las cebras debía de indicar que esta era su color original, sin embargo otros muchos animales tienen el vientre de color blanco. Por otro lado los pueblos africanos consideraban a las cebras como animales negros con rayas blancas. La disputa se vio finalizada a favor de la opinión de los africanos cuando Jonathan Bard descubrió una cebra anormal en la que en vez de rayas blancas se podían observar hileras de puntos y manchas discontinuas. Esto le indico que el color blanco era debido a una inhibición del pigmento natural, que era el negro.

Julen Mendieta


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